Ya era
casi medio día el Sol ya calentaba el ambiente, sobre las
surcos de las milpas pequeños ventarrones alzaban la tierra suelta
un común denominador en aquel paraje seco, el paso por aquella una
capa de tierra fina hacía hundir cada
Paso
llenado de tierra las sandalias, al final se observaba la entrada
principal de la Hacienda,
los grandes bloques de piedra con los tabiques de color rojo
daban un aire de nostalgia de una vida prospera pero ahora en ruinas, el
salitre por todos lados, las paredes de adobe poco a poco se convertían
en polvo dejando pequeños huecos por donde uno podía mirar los corredores y el
interior de la construcción.
Caminado
por aquellos patios era poco lo que conservaba de pie y al fondo ni la vieja
ermita se había salvado, en la pequeña capilla era fácil observar el
viejo pedestal en donde estaba la imagen de madera de Cristo del
perdón, una pequeña figura del siglo XVII, muy expresiva y de un realismo
impresionante, pero el paso del tiempo implacable, estaba
apolillada y su esmalte poco a poco se caía dejando ver la pasta de caña con la
fue hecho, los vidrios rotos de la puerta principal y en el piso algunas flores
secas quizá de alguna misa hace tiempo pero quedo por ahí junto al florero
roto, realmente era un milagro que estuviera de pie, sus paredes
por momentos parecen que alguno momento se vienen abajo y el piso de
madera hundido, todavía en la mente llegan escenas de aquella
tormenta en donde se metió el agua por todos lados y los rayos iluminando la
noche e iluminado la pared de la capilla con la imagen de cristo, que
muchos comentaron por variaos días e incluso por bastante tiempo me daba miedo
recorrer ese lugar .
Así por
todos los rincones a un lado de la hacienda estaban las chozas de
adobe y techo la ramas secas donde vivo con mis padres, ellos eran
campesinos que lograron resistir la época dura que vivió el país,
que en algún modo las fuertes raíces los hacían permanecer en la misma
era así el viejo caso de la hacienda ubicada cerca de
Apizaco, Tlaxcala corría el año de 1918.
Esa
época de incertidumbre con los cambios tan drásticos en lo
político, en lo social, en lo económico y cuanto a la forma de
vida, las guerras, las enfermedades principalmente pero sobre todo
la inseguridad que reinaba en todo momento a todo a hora hasta lo poco
resulta atractivo para la gente, en aquella mañana no era un día
normal, la pregunta donde es estaba la gente, por aquellas veredas
no sé podía encontrar a nadie, no hay gente que vaya al pueblo o gente que
venga del mismo no había gente, solo al fondo por ahí el ruido de los
animales de granja, o el ladrar de los perros, a medida de uno caminaba
por aquellos rumbos notaba que algo ocurría, en aquellas
fechas había llegado el rumor de una enfermedad muy contagiosa, era
la epidemia llamada la fiebre española, se tenían noticias pero realmente se
estaba viviendo en muchas ciudades principalmente del norte de país, la
fuente de contagio fueron la rutas por donde los trenes circulaban
transportando mercancías, que propagaban el virus de la influenza así
llamada después, las condiciones precarias de higiene, marginación y
pobreza resultados de un México pos revolucionario eran las condiciones
adecuadas para esta se propagara rápidamente esta enfermedad
causando estragos en la población.
Desde
hace unos días creció el rumor que en ya había enfermos en el pueblo, pero este
día, las campanas de pueblo cercano anunciaban la llegada de que parecía
la enfermedad y algunas personas abandonaban sus casas, hace un momento
me tocó ver algunos que pasaron a lomo de burro pero no comentaban nada el
silencio y solo un buenos días transitaban hacia camino a la ciudad de Puebla
esta tenia hospitales o el convento en donde ofrecerían más
alternativas o remedios para tratar la enfermedad.
Esa
mañana las campañas de la
Iglesia el redoble de las campanas anunciaban en cada
momento el fallecimiento de alguna persona apenas hace unos días,
el domingo para ser precisos con una salva de Cohetones, la gente
salió en procesión llevando en andas al santísimo para que les diera protección
pero creo no resulto, al contrario fue un foco de contagio más fuerte porque el
sacristán murió al día siguiente y el martes murieron varias
personas de la congregación del Cristo del perdón y por eso el miedo es mayor,
un miedo a lo que habla la gente., el miedo a lo que nos e ve, que se siente y
que hace de cada momento que uno tenga más miedo hasta mi familia
no comentan nada porque se enoja mi padre, mi madre solo deja que la Abuela Grande que
está sentada en aquella vieja silla mecedora hable y hable de que este mundo se
va a terminar porque así lo comentaban sus abuelos ellos si vivieron la Intervención Francesa
según algunas historias pero creo que desde ahí la vida siempre ha sido vivir
con miedo en medio de la explotación, la carencia pero siempre con la fe.
Por
rumores y por avisos de los más cercanos lo solo piden que no
salgan de sus casas eso fue la recomendación de don Pedro el único médico que
aviso a lomo de caballo a todas las casas, pero dicen las malas lenguas que
anoche estaba enfermo.
Aquellas calenturas y cuerpos cortados, las fiebres que
hacían desvariar a las personas que comentaban que miraban a personas ya
fallecidas ni los tés de hierbas de tés de tila o de hierbabuena
con miel decía la
Abuela Grande hacían nada, eran los primeros síntomas
algunas personas abandonaban a sus enfermos para no contagiarse.
En la tarde por el camino observe que venía
alguien era El viejo comisario recorrió casa por casa para avisar, las
nuevas medidas que le habían comunicado desde Puebla para evitar más
contagios, se debería de poner una señal en las casas donde habitaba
algún enfermo o si se sospechaba de los síntomas de la epidemia solo colocaran
una bandera blanca hecha con algún pedazo de tela de manta o alguna tela
clara en la puerta principal de la casa o de la puerta que
diera a la calle o del camino principal, para que nadie se acercara o
llegarán los servicios sanitarios algún doctor con medicamentos o
remedios, pero en el lapso de algunos días empezaron a
colocarse banderas por todas partes, y las campanas que anunciaban
toques de duelo se quedaron mudas se dejaron de escuchar
porque ya no había quién las tocara porque las persona que las tocaba había
fallecido.
Mi nombre es Jesús vivo con mi familia y con mis
5 hermanos, soy el quinto de mis hermanos de los más
chicos de edad, la situación económicamente era precaria
dependíamos del trabajo del campo, y este año no se logró la
cosecha la lluvia llego tarde y las primeras heladas mermaron lo poco que
quedaba, se sembró cebada y un poco de alfalfa que era rápido en cultivar
para venderlo como follaje, solo se tenían una reserva de maíz y de
frijol del año pasado, por lo que precariamente nos permitía vivir, mi
Abuela grande tenía pocos animales de granja eran un como un gran
tesoro, en el armario viejo se tenía poco de manteca,
piloncillo y una velas de cebo, así como algunos chiles secos, pero poco
a poco escaseaban la epidemia se había complicado todo porque no se podía
vender algo en la plaza de los martes y ni intercambiar alguno alimento por
leña o carbón porque la gente no sales de sus casas, pueden ser por
varias razones porque estén enfermos, porque tengan miedo a salir porque
ya no haya nadie y se fueron a otro lugar o porque estén
muertos.
No permitían que la gente se acercara para evitar
contagios, pero surgieron los robos a las propiedades, los gavilleros no solo
robaban en los pueblos grandes o en la estación ahora aprovechando la
epidemia saqueaban las casas, robado lo poco que había en ellas,
fue el motivo cuidar la vereda que lleva a la casa, allá por la
desviación donde empezaba el camino polvoso que mira la entrada de la
vieja hacienda, aquel sábado mi hermano mayor Jesús llamó a mi
padre para mirar que la cantidad de zopilotes volando en el cielo del pueblo,
presagiando muchas cosas, y solo el silencio y la fría mirada de ambos
pude comprender que era una mala noticia.
Pero por la tarde pude comprender muchas cosas
el viento empezó a soplar con las tolvaneras que
observaban desde ahí, pero este hizo su mejor parte el traer en el aire
la realidad que empezó invadir el ambiente el verdadero olor
a la muerte que vagaba por los campos, por las milpas, por aquellas
veredas llenas de polvo aquel olor putrefacto que penetraba y llegaba a todos
los rincones era una aviso que la situación era muy incierta no se
necesitaba que uno estuviera en el pueblo o en alguna ciudad para saber
que la muerte había llegado y en serio, fue cuando el miedo a lo
desconocido, por un momento hasta escalofrío sentí ese miedo a lo desconocido
más que a la enfermedad pero sobre todo a la muerte.
En esa noche iluminados a la luz de la vela, pensaba
en muchas cosas el poder terrible de Dios, eran el fin del Mundo como lo
pregonaba mi Abuela Grande como entender la situación, lo precario
que era la vida, lo que es una epidemia el difícil concepto de lo que es la
muerte, aquella noche hacía frío ni con los tragos del té caliente
o la tortilla recalentada y aquel plato de frijoles negros con un poco de chile
cortado en rebanadas, algo de cebolla hacían olvidar la situación, la
mirada de entre toda la familia y al final era silencio de aquella escena, ni
mis padres compartían palabra alguna el silencio que lo que
esperaba si preguntaba algo, solo el tronar de la leña que
desprendía en aquel fogón donde hervía el té, ese olor a hierbas que
invadía ese pequeño cuarto, era por momento el único sonido que se
escuchaba, por un momento el viento de nuevo por ahí los rayos se
escuchaban y alumbraban la casa la tormenta está cerca.
Dentro de ese silenció, por ahí a lo lejos se empezó a
escuchar el ladrido de los perros y el galopar de un caballo que se acercaba,
se levantaron rápidamente mis padres para ver por aquella puerta a ver si
lograban distinguir entre lo oscuro quién era, solo pude observar quien
llegaba, era Luis un amigo del pueblo para avisar ya había llegado la
epidemia que en pueblo había muchos muertos por lo que nadie debería de
acercarse o salir porque estaba todo en cuarentena, una palabra que muy difícilmente
olvidare.
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