Ya
casi por llegar la navidad , recuerdo las posadas en sus diferentes
maneras invaden el ambiente desde los primeros días de Diciembre, a la memoria
remonto aquellos años en la casa con mis hermanos una ocasión asistimos a la
posada de la parroquia la verdadera razón era para que nos dieran los
aguinaldos (Bolsas con dulces y frutas ), aquella ocasión yo contaba con
8 años mi hermano un año menos, pero había mucha gente, era tal
cantidad de niños que las puertas de la iglesia se cerraron para no permitir la
entrada de más personas, entre tanto calor y gente el rezo se hizo como una
penitencia ya por cargar los peregrinos se hizo en el interior de la misma para
que ya no entrarán más niños, nos repartieron velas para cantar la
tradicional posada pero tal cantidad de gente y entre tantas velas
prendidas empezó a oler a pollo quemado, rápidamente nos fijamos y era mi
hermano que le había quemado el cabello con las velas , ya por terminar
aquel rosario, la persona que rezaba aparte de que cantaba tan mal nos
avisó por micrófono que por ese día como no habíamos rezado bien no había
aguinaldos, aunque la realidad es que nadie ese día se había querido hacer
cargo ese día.
Y
fue aquella vez que jamás me quedaron ganas de ir a las iglesias a las posadas,
sencillamente porque después de aquella traumática experiencia no quedaron
ganas.
Recuerdo
por ahí en una posada en la casa cuando se rompía la piñata una de esa me
taparon el ojo que me quedo el parpado levantado así con ojo medio abierto no
pude romper la piñata, y una posada que hice llene la piñata con harina
pero esa posada me demostró que esos días no conviene hacer fiestas porque
muchos tienen fiestas en sus casas, en el trabajo , en esa posada solo 15
personas había finalmente a una amiga le toco la de haría ni modo le cayó la
harina y creo desde ese día ya no nos hablamos.
Cuantas
cosas podemos recordar en el baúl de los recuerdos.
Se
puede percibir en el ambiente el olor a
la ensalada de nochebuena, con su color el color de la remolacha o betabel, l
cacahuate, jícama, el juego de naranja y
la caña de mi mente parte aquellos platos de barro en cual mi abuela materna
nos servía en aquella casona ahora perdida.
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